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El viaje de la vida

  • Natalia López Cano
  • 23 may 2016
  • 4 Min. de lectura

Todo comenzó el 27 de enero cuando mi mamá, Silvana, decide enviarme para la

ciudad. Eran las 10:00 de la mañana, un día muy caluroso, me subo al bus

acompañada de Frebel, mi padrastro, quien estuvo todo el tiempo conmigo mientras

esperaba a que el bus saliera del terminal, nos despedimos con un fuerte abrazo. El bus

salió del terminal, subimos al puente y se veía por la ventana el río Magdalena, a lo lejos

se podían ver algunas casas, después de una hora pasamos por un sitio donde habían

casa muy lejos, en la cima de una montaña, pero no parecían casas de una familia

porque habían muchas tumbas, no sabía si eran casas con cementerio o casas en un

cementerio, era extraño.

Ya después de un largo recorrido se podían ver las montañas muy cerca y todas las curvas que teníamos que pasar, pero antes de llegar a la montaña ya habíamos estado en Aguachica, donde algunas personas bajaron del bus para comprar, yo no bajé porque mi mamá me había dicho que no bajara del bus y no recibiera comida a personas extrañas, después de quince minutos seguimos el viaje.

Eran las tres de la tarde y pasamos por unos municipios de Santander, como San

Alberto y Rionegro, ahí entraban al bus los vendedores de comida, muchos les

compraron pero yo me tapaba la nariz porque si recibía el olor de la comida me

mareaba, cuando ya habíamos subido a la montaña se veían más y más curvas, a medida que íbamos subiendo yo me empezaba a sentir mareada , dejé de mirar a la ventana, me tapé la cara.

Cada vez pasaban más las horas y empezaba a oscurecer, mi mamá me llamaba para preguntar cómo iba y si ya había llegado y por otra parte mi papá también llamaba para preguntarme por doóde iba. Yo como no sabía ni conocía, le decía las características de los lugares por donde pasábamos . A las cinco de la tarde llegamos a Bucaramanga y a las seis al terminal, ahí estaba esperándome mi papá y Sandra, mi

nueva madrastra, yo estaba muy emociona y contenta porque era la primera vez que

estaba en una ciudad.

Después que pasó un día mi papá y yo fuimos al colegio donde él me había apartado el

cupo para matricularme, pero la coordinadora puso muchos problemas: que hacían falta papeles, que teníamos que regresar el día siguiente con todos los papeles completos, y así. Volvimos el siguiente día, ahí conocí al profesor Juan de Dios, él me pregunto de dónde venía, yo le dije que era del Banco Magdalena, tierra del gran compositor José Benito Barros, él me dijo que era el profesor de matemáticas. Me dieron como nervios, yo me dije como “yo soy mala en las matemáticas.. ¿y ahora?”.

Ya después firmé la matrícula y la coordinadora me dijo que debía subir al edificio y

buscar el salón de 9-2 para presentarme y empezar las clases, me puse aún más nerviosa "como así ¿ya tengo que entrar a clases hoy? ¡Ay no!". Subimos al edificio, al tercer piso, luego bajamos al primero porque nos confundimos, hasta que preguntamos dónde era el salón de 9-2 y nos dijeron que estaban abajo en educación física, esperamos arriba en el tercer piso a que pasara un grupo de estudiantes. Mi papá le preguntó a una niña si era del curso de 9-2 y ella dijo que sí, me tomó de la mano y me llevó al salón, los compañeros se me acercaban y me preguntaban mi nombre el colegio y de dónde venía, yo les dije que era de la costa, del Banco Magdalena, pero ellos no sabían dónde quedaba eso.

Después llego el profesor de matemática, yo pensé "¡no! ¿por qué?" Pero bueno, aunque no quería que me dieran esa materia, me tocaba, el profesor entregó una hoja para resolverla y yo no tenía ni idea lo que tenía que hacer. Después de salir del colegio mi papá me estaba esperando afuera, todos los días el me llevaba y me buscaba. Así fue todos los días hasta que yo me aprendí el camino y ya no quería que me llevaran al colegio, me daba pena.

Después de un mes me empezó a hacer falta mi pueblo, mis amigas, mi familia, la

libertad de caminar y salir, me siento encerrada, sola y el encierro me mata, me

empiezo a sentir triste pero ya no soy aquella niña que salió del pueblo . Ahora tengo un comportamiento tan distinto que yo misma desconozco, todo me daba rabia, callada,

triste, cuando yo en el pueblo era alegre, en el colegio no paraba de a hablar, reír y era

muy disciplinada con mis amigas. Por esa razón fue que mi mamá me envió para la

ciudad porque mi comportamiento en la casa, era juicioso, pero en la calle y colegio era una "caspita", así lo decía mi mamá.

Ya no era su niña de diez años que no le gustaba salir de la casa, ahora soy una niña

que no sabe que decir para estar en la calle, caminando con mis amigas, amigas que mi

mamá no aceptada ni las mamás de mis amigas. Pero nosotras sin importar lo que ellas dijeran o pensaran manteníamos nuestra amistad con o sin el consentimiento de nuestras madres, pero a pesar de la distancia mantenemos la amistad.


 
 
 

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