Un pueblo amenazado por la guerrilla
- Wilson Eduardo Jerez Rueda
- 23 may 2016
- 4 Min. de lectura
Zapatoca, un pueblo amenazado por la guerrila en el año de 1963. Hogar de 300 personas víctimas del conflicto armado que se vivió en aquel año y que hasta la fecha, aun no cesa del todo.
Sin embargo, para entender esta historia hay que devolvernos al años 1963, año en el que la guerrilla cobró la vida de 150 personas campesinas dedicadas al trabajo de la agricultura y la ganadería. Entre esas víctimas, había 26 niños menores de 10 años. María, mi madre, una de las sobrevivientes de aquel año recuerda lo duro que tuvo vivir en el campo, los constantes enfrentamientos que se vivían cada día entre la guerrilla y los militares.
Para ese tiempo mi madre tenía 4 años, pero a pesar de su edad sabía lo que estaba pasando. Los fuertes combates hacían que ella tuviera miedo, miedo de perder a su familia por culpa de una bala perdida.
Mi madre no pudo ir a la escuela por los constantes enfrentamientos que se vivían cada día en el pueblo, por lo que tuvo que dedicarse a las fuertes labores del campo al lado de su familia. Todavía recuerda aquellas noches cuando su vida dio un giro de 180°, aquellos hermosos paisajes con colores llamativos se convertían en paisajes de sangre con colores opacos. Recuerda que algunos de sus amigos fueron obligados a integrarse en las filas de la guerrilla porque aquellos que se rehusaban morían en el intento de escapar de aquella tierra de nadie, como antes la llamaban.
La “tierra de nadie” se ganó su nombre debido a la ausencia de las autoridades competentes, lo que obligaba a las personas a luchar por ellos mismos para poder proteger a sus familias de las horribles noches de masacre, por lo que poco a poco el pueblo moría. Mucha gente tuvo que dejar sus tierras y pasarse a vivir a la gran ciudad que para ellos era como una gran selva de cemento esperando a ser explorada. La gente que se iba huyendo de aquel horror tenía que dejar todo lo que habían construido con sus propias manos para que en al ciudad tuvieran que empezar de cero por miedo a que los mataran. El pueblo quedó devastado por el dolor de las personas y el sufrimiento impuesto por hombres que temen seguir el camino del progreso humano. Mi madre recuerda aquellos gritos de desesperación y de dolor que aun resuenan en los ecos del pasado.
Gritos de dolor que se escuchaban en las frías montañas marcadas por la guerrilla, gritos retumbaban en las calles del pueblo por la gente que había perdido a sus seres queridos.
Entre esos gritos, estaban los de mi madre, pues a dos de sus hermanos menores la guerra les arrebató la vida. Ellos tenían 4 y 7 años. Hasta la fecha de hoy, para ella ha sido muy duro afrontar el dolor de perderlos.
Pero lo que más la marcó en su juventud fue algo inexplicable. Un día, mientras ella se encontraba jugando con unos amigos en la calle hubo una incursión guerrillera. Los guerrilleros empezaron a salir por todas partes enfrentándose con los militares en una lucha sin cuartel. Ella y sus amigos estaban en medio de una verdadera batalla campal, por lo que veían como los cadáveres de los guerrilleros y militares caían uno por uno. La sangre de los caídos les salpicaba la ropa, estaban manchados con la sangre de aquellos que habían convertido su hogar en nada. Al día de hoy, sigue recordando aquel día como si hubiera sido ayer, el día que vio pasar su vida antes sus ojos.
Para ella la vida en el campo fue dura, pero no le importaba salir al pueblo a vender frutas para poder ganarse algunos centavos que le ayudarían a su familia a sobrevivir en la lucha de cada día. Pero era difícil porque la guerrilla se la pasaba vigilando el pueblo día y noche y por temor a la muerte nadie salía de su casa.
A los 10 años, mi madre se tuvo que ir del pueblo por las amenazas que recibía a diario su familia. Primero, las amenazas fueron enviadas por cartas que eran enviadas a mi abuelo quien no les daba importancia. Después las amenazas ya no eran enviadas por cartas, eran mensajes mandados de otra forma: cabezas de su propio ganado puestas a la entrada de su casa. Luego fueron cosas peores. Secuestraron al hermano mayo de mi madre, quien tenía 18 años. Luego empezaron a enviar partes de su cuerpo sin vida a la casa. Lo último que mandaron fue su cabeza, para que no quedara la menor duda de quien era.
Se mudaron, debían hacerlo. Llegaron a Floridablanca, hogar de 75 personas desplazadas de Zapatoca.
En Floridablanca era mucho peor que en el pueblo porque todos los días tenían que rebuscársela como sea para poder comer y pagar un arriendo que se convertía en una cárcel para ellos.
En la actualidad, la familia de mi madre que se había venido a vivir a la gran ciudad regresó al pueblo por las cosas que estaban pasando allí, se regresaron por las pocas oportunidades de trabajo y por la gran inseguridad de la ciudad. Pero mi madre se quedó porque quería recobrar los estudios que le había quitado la guerrilla, en aquellos años oscuros.
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